"Despiértate: Dios se
ha hecho hombre por ti”. Queridos hermanos y hermanas,
esta expresión de uno de los sermones de Navidad de San
Agustín, es una invitación a tomar conciencia de que el
acontecimiento del nacimiento del Señor nos afecta a
todos los hombres y mujeres de todos los tiempos. Nos
afecta a nosotros, te afecta a ti. Dios se ha hecho
hombre por ti, por mí; ha nacido como uno de nosotros,
se ha hecho cercano y nos acompaña en el camino de la
vida. No estamos solos. Él ha venido para estar con
nosotros. La Buena Noticia que anunciaron los ángeles en
Belén – “hoy os ha nacido un Salvador, el Mesías, el
Señor”– es una noticia actual para el “hoy” de nuestra
sociedad.
La luz, el consuelo y la alegría que irradia el misterio
del Nacimiento de Cristo ilumina uno de los dramas
preocupantes de nuestro mundo: la soledad. Numerosos
estudios detectan con preocupación esta situación que
afecta a muchas personas, jóvenes y mayores, y las
noticias referentes a personas que mueren sin que nadie
lo note ratifican esta situación.
En este mensaje navideño deseo hacer un llamamiento a
todos los fieles de la diócesis y a todas las personas
de buena voluntad que quieran escuchar estas palabras,
para que, al intercambiar nuestras felicitaciones, nos
preguntemos cómo hacerlas llegar también a las personas
que no reciben habitualmente ningún gesto que les haga
sentirse acompañadas. La soledad más radical es no
sentirse amado. La percepción de no contar para nadie
hace que la persona experimente el más amargo
aislamiento y abandono.
Si en la Navidad celebramos que Dios se ha interesado
por nosotros hasta el punto de enviarnos a su Hijo, el
Enmanuel, el Dios-con-nosotros; si nos ha amado hasta el
punto de mostrarnos su ternura en el rostro del Niño
Jesús para que nos sintamos mirados por Él, ¿cómo no
despertar para buscar la cercanía de los que quizás,
cerca de nosotros, no se sienten mirados y acompañados
por alguien?
El que está solo parece “invisible” en nuestra sociedad.
Dice un salmo: “¿Quién como el Señor Dios nuestro, que
habita en las alturas y se abaja para mirar al cielo y a
la tierra? Levanta del polvo al desvalido, alza de la
basura al pobre, para sentarlo con los príncipes, los
príncipes de su pueblo”. ¿Sabemos nosotros mirar al
hermano “olvidado” para sentarlo a nuestra mesa? Quiera
Dios que en nuestras parroquias, en nuestras familias y
en toda nuestra sociedad se produzca la inquietud por
buscar a estas personas que están solas para que sean
partícipes, no sólo de nuestras fiestas navideñas, sino
de nuestro día a día.
La soledad de los ancianos es quizás la que asalta, en
primer lugar, nuestra conciencia. Ellos han trabajado
duro por nosotros, se han sacrificado generosamente y es
muy doloroso para algunos sentirse, como dice el Papa
Francisco, “descartados” de nuestras vidas.
Correspondamos también generosamente acercándonos a
ellos, contando con ellos, aprendiendo de su sabiduría.
De ellos hemos recibido la herencia preciosa de nuestra
fe cristiana y las tradiciones entrañables de la
Navidad. ¿Cómo olvidarnos ahora de ellos dejándolos
solos?
Pero no solo muchos de nuestros mayores experimentan la
soledad. También en los jóvenes hay situaciones que nos
interpelan. El Papa Francisco, en la Jornada Mundial de
la Juventud celebrada en Panamá al inicio del año que
ahora concluimos, nos planteaba algunos interrogantes
que debemos releer. Así, aludiendo a las palabras de un
joven decía: “cuando uno se descuelga y queda sin
trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia, al
final del día nos sentimos vacíos y terminamos llenando
ese vacío con cualquier cosa, con cualquier verdura.
Porque ya no sabemos para quien vivir, luchar y amar”. Y
añadía: “muchos jóvenes sienten que, poco a poco,
dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces
invisibles”.
Las fiestas de la Navidad nos estimulan a abrir los
ojos, a contemplar al Invisible que se hizo visible en
nuestra carne y a descubrir a esos hermanos que no
vemos. Hay otras muchas formas de soledad a las que
necesitamos acercarnos, para decir al que está aislado:
“eres importante para mí; cuenta conmigo; caminemos
juntos”. Entre ellos se encuentran los que están en la
calle sin hogar; en los hospitales sin compañía; las
madres que afrontan solas el cuidado de sus hijos;
personas que se sienten solas e indefensas ante
cualquier tipo de violencia; quienes viven lejos de sus
hogares o de su patria; los que viven la ausencia de sus
seres queridos; y otras personas especialmente
vulnerables. Que el Niño Dios nos inspire los pasos
concretos, sencillos y auténticos, que nos lleven al
encuentro con Él en los hermanos, ofreciéndole nuestra
humilde compañía.
Con las palabras de este mensaje, he intentado, queridos
hermanos y hermanas, haceros llegar mi felicitación
navideña con el deseo de que nadie quede excluido de
esta experiencia de fraternidad. Que la ternura que
recibimos del Niño-Dios la compartamos con todos y nadie
deje de percibirla.
Termino este mensaje con las palabras que serán
proclamadas en nuestras iglesias en la primera lectura
del primer día del año nuevo: “El Señor te bendiga y te
proteja… El Señor te muestre su rostro y te conceda la
paz”. ¡Feliz Navidad!
✠ José
Vilaplana Blasco
Obispo de Huelva