Domingo 17 de Enero de 2016

CARTA PASTORAL DEL OBISPO DE HUELVA CON MOTIVO DEL VI PLAN DIOCESANO DE EVANGELIZACIÓN

 

Durante la celebración de la Eucaristía en la Solemnidad del Bautismo del Señor, el pasado domingo, 10 de enero, en la S. I. Catedral, nuestro Obispo procedió a la firma del decreto de promulgación del VI Plan Diocesano de Evangelización, que lleva por título “La alegría de ser y vivir como cristianos hoy en Huelva”.

“La alegría de ser y vivir como cristianos hoy en Huelva”

 

Mis queridos hermanos y hermanas:

Que la paz y la alegría de Jesucristo llenen nuestras vidas. Me dirijo a vosotros en esta carta pastoral para invitaros a participar activamente en el nuevo Plan Diocesano de Evangelización. Deseo comenzar mis palabras recordando un pasaje del Evangelio de Lucas: “En aquella hora, [Jesús], se llenó de la alegría en el Espíritu Santo y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños”.

La alegría de Jesús es nuestra alegría: hemos tenido la suerte de conocer a Dios como Padre, que lleno de amor por nosotros nos ha abierto la posibilidad de compartir su vida y participar de su bondad. Hemos conocido a Jesucristo, que nos ha manifestado el rostro misericordioso de Dios y nos ha invitado a ser sus discípulos. Hemos tenido la suerte de ser cristianos y debemos sentir la alegría de serlo. Es un regalo que no merecemos y lo acogemos con gratitud y gozo. Un santo decía: “así como otros tienen sobrenombres (...) para nosotros era maravilloso ser cristianos y glorioso recibir este nombre”.

Lo que somos lo debemos manifestar en nuestro modo de vivir, en nuestro modo de pensar, en nuestro comportamiento. Hemos de vivir de acuerdo con lo que somos.

Además, los cristianos hemos de aprender a mostrar con sencillez nuestra pertenencia a Cristo en esta etapa de la historia que nos ha tocado vivir, en el hoy de este momento caracterizado por los cambios tan profundos que estamos experimentando en nuestra sociedad. El Evangelio es para todas las épocas y está destinado a todos los hombres, que viven y sufren, trabajan y buscan en el lugar concreto en el que vivimos: nosotros en Huelva.

Por esto hemos de buscar juntos cómo ayudarnos a llevar el Evangelio a nuestro mundo, de acuerdo con la misión que el Señor nos ha encomendado, intentando concretar las tareas y acertar en los medios para esta apasionante tarea.

En continuidad con nuestro Plan anterior, centrado en la renovación de nuestras parroquias, y estimulados por la Exhortación del Papa Francisco que nos invita a una nueva etapa evangelizadora caracterizada por la alegría, espero, como Obispo vuestro, que despertemos lo mejor de nosotros mismos y encontremos las mejores motivaciones para afrontar esta nueva etapa pastoral en nuestra Diócesis, siendo los evangelizadores con Espíritu que nuestra sociedad necesita.

Para esta “conversión pastoral” es imprescindible renovar nuestro encuentro personal con Jesucristo que nos dice “Yo soy la vid, vosotros los sarmientos” y confiar en la acción vivificadora del Espíritu Santo.

La alegría de “hacerse” cristiano: renovar la Iniciación Cristiana.

“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”

Dice un autor cristiano: “los cristianos se hacen, no nacen”. No nacemos ya cristianos por el hecho de pertenecer a una familia cristiana o por vivir en una sociedad de cultura cristiana. Nos hacemos cristianos cuando, por la gracia de Dios, nos incorporamos a Cristo y a su Iglesia. Llegamos a ser cristianos porque Dios nos otorga la posibilidad de recibir los sacramentos y ser iluminados por su Palabra, que es luz en nuestro camino. La Iglesia como madre nos gesta en su seno y nos cuida y alimenta para que lleguemos a ser auténticos discípulos de Cristo.

La etapa inicial de nuestra vida cristiana comienza con el Bautismo por el que nacemos a una vida nueva, y se completa con los sacramentos de la Confirmación, el don del Espíritu Santo, y con la Eucaristía, que nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo. En esta etapa llamada Iniciación Cristiana la Iglesia nos muestra las verdades fundamentales de nuestra fe, nos enseña a orar, nos introduce en la vida de Cristo, acompañándonos en el aprendizaje del amor a Dios y a los hermanos. Si vivimos auténticamente este comienzo sentiremos la alegría de “hacernos” cristianos, hijos de Dios, discípulos de Jesucristo, templos del Espíritu Santo.

La realidad actual de nuestra Iglesia nos muestra que hay muchos bautizados, pero pocos iniciados. Muchas personas no se han incorporado a Cristo y a la comunidad cristiana. Son bautizados que viven como si no fuesen cristianos, sin conciencia de ser discípulos de Cristo ni de pertenecer a la Iglesia. Hemos de reconocer que algo ha fallado, por tanto necesitamos replantear la Iniciación Cristiana.

La alegría de ser familia cristiana: importancia de la familia en la transmisión de la fe.

“Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres”

Constatamos, entre los distintos cambios que ha experimentado nuestra sociedad, la problemática que afecta a la familia. Dice el Papa Francisco: “La familia atraviesa una crisis cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales. En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve especialmente grave porque se trata de la célula básica de la sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus hijos”. La familia para muchos ya no es un ámbito en el que se transmite la fe, aunque muchas familias siguen pidiendo los sacramentos para sus hijos. Pero la celebración de los sacramentos de la iniciación, como actos aislados, sin sentido de proceso, no producen los frutos esperados.

Hace falta, pues, incorporar a la familia al proceso de Iniciación, invitando a padres y a hijos a descubrir la maravilla de la vida cristiana y ayudándoles a crecer juntos en la fe10. Hago, pues, un llamamiento a todos los padres que piden los sacramentos para sus hijos, para que tomen conciencia de que lo importante es que sean cristianos; a todas las Hermandades y Cofradías, para que procuren que todos sus componentes tengan completada la Iniciación Cristiana; y a todas las parroquias, para que pongan todos los medios necesarios tanto para la Iniciación Cristiana de los niños como para la atención a los adultos bautizados que quieran completarla o renovarla.

Así nos lo recordó a los obispos españoles el Papa Francisco en la Visita ad Límina: “El momento actual, en el que las mediaciones de la fe son cada vez más escasas y no faltan dificultades para su transmisión, exige poner a vuestras Iglesias en un verdadero estado de misión permanente, para llamar a quienes se han alejado y fortalecer la fe, especialmente en los niños. Para ello no dejéis de prestar una atención particular al proceso de iniciación de la vida cristiana. La fe no es una mera herencia cultural, sino un regalo, un don que nace del encuentro personal con Jesús y de la aceptación libre y gozosa de la nueva vida que nos ofrece. Esto requiere anuncio incesante y animación constante, para que el creyente sea coherente con la condición de hijo de Dios que ha recibido en el bautismo”.

Esta renovación de la Iniciación Cristiana requiere una mayor implicación de los sacerdotes y las comunidades religiosas y una renovación y mejor formación en los catequistas. No se trata sólo de transmitir unos conocimientos básicos –que son importantes– sino de iniciar en la oración, descubrir la comunidad e iniciar en la caridad y la ayuda al necesitado. Es especialmente importante descubrir el valor de la Eucaristía del domingo y la celebración del Día del Señor, como expresión de nuestra fe en el Resucitado, siempre presente entre nosotros, fuente de nuestra alegría, en torno al experimentamos el gozo de ser hermanos y la pertenencia a una comunidad de fe.

Como bien sabéis el tema de la familia va a seguir siendo estudiado en el próximo Sínodo de octubre. En el documento preparatorio se dice: “La comunidad cristiana debe renunciar a ser una agencia de servicios, para convertirse, en cambio, en el lugar en el cual las familias nacen, se encuentran y se confrontan juntas, caminando en la fe y compartiendo caminos de crecimiento y de intercambio mutuo”.

Para afrontar esta tarea son necesarios un gran entusiasmo y una fuerte motivación como nos recuerda el Papa: “Una evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera (...), ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu”.

La alegría de madurar como cristianos: la formación permanente

“Os he elegido para vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca”

La vida cristiana es una vocación, una llamada que nos hace el Señor, una elección para que seamos sus discípulos todos los días de nuestra vida, compartiendo su misma misión.

Después de la primera etapa de la Iniciación, hemos de sentir la alegría y la responsabilidad de crecer y madurar en nuestra vida cristiana. La formación permanente nos ayuda a afrontar y responder a los desafíos de nuestra sociedad cambiante a la luz del Evangelio. La formación que necesitamos no ha de ser sólo teórica; formarse como cristiano es siempre conformarse, hacerse semejante a Cristo en nuestro modo de pensar y de vivir, en nuestras decisiones y opciones existenciales. Nuestra fe se ha de manifestar en la vida. Todos necesitamos formación, pero, en este punto, quiero dirigirme especialmente a los cristianos laicos que tenéis como misión específica introducir “los valores cristianos en el mundo social, político y económico”. Las realidades sociales necesitan la luz de Cristo para hacerse más humanas, más solidarias, más impregnadas de amor.

Aunque todos debemos dar testimonio de manera personal, necesitamos asociarnos para que nuestro testimonio sea más creíble y nuestras acciones más eclesiales. Jesús en su oración de despedida pidió al Padre que fuéramos uno para que el mundo crea. Todas nuestras acciones deben estar impregnadas del espíritu de comunión. Trabajamos como Iglesia y no sólo como cristianos aislados y atomizados.

Para ayudaros en este crecimiento nuestra Iglesia diocesana cuenta con medios y procesos para esta maduración en la fe: la lectura de la Palabra de Dios que es luz en nuestro camino; los diversos procesos e itinerarios de formación para redescubrir el Bautismo; los movimientos apostólicos que ayudan a los matrimonios a cultivar su espiritualidad conyugal y a vivir la familia como “iglesia doméstica”; los que acompañan a niños y jóvenes en su crecimiento personal o en su vida profesional y laboral, etc. Damos gracias a Dios por tanto bien que han hecho y hacen a muchos hermanos nuestros.

Queremos además ofrecer a todos un proceso formativo, que abarque desde la infancia, pasando por la adolescencia y juventud, hasta llegar al mundo adulto. Me refiero a la Acción Católica General, cuyos estatutos fueron aprobados recientemente por la CEE. Se trata de un proyecto que sin duda nos ayudará a formar un laicado que, enamorado de Jesucristo, haga presente el Evangelio en la sociedad. Con un método propio, trata de dar respuesta también al acompañamiento del cristiano en todas las etapas de su vida.

Constatamos que tenemos momentos catequéticos y celebrativos que nos plantean la pregunta: ¿y después qué? Queridos hermanos y hermanas, os invito a poner entusiasmo y trabajo para iniciar este proyecto. No nos dejemos vencer por el desánimo. La evangelización, que el Señor nos pide y a la que con tanta pasión nos lanza el Papa Francisco, es tarea de todos. Pidamos la fuerza del Espíritu Santo para que seamos los evangelizadores con espíritu que requiere nuestro mundo.

La alegría de compartir: el servicio a los más pobres

“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”

Nunca podemos olvidar estas palabras de Jesús ni tampoco aquella expresión del Señor que recoge Pablo: “hay más alegría en dar que en recibir”. El Papa Francisco insiste, una y otra vez, en este aspecto fundamental de nuestra vida cristiana: “De nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad”.

El servicio a los pobres no puede reducirse sólo a una ayuda puntual o a dar de comer; hemos de superar el asistencialismo y trabajar para lograr “prosperidad sin exceptuar bien alguno”, es decir, educación, salud y, especialmente, trabajo, de acuerdo con la dignidad de toda persona humana.

Este desafío pide de nosotros, como Iglesia diocesana, un trabajo coordinado y una nueva mentalidad para que, entre nosotros los cristianos, no falte jamás el signo de “la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha”; para poner atención en el otro “considerándolo uno consigo”, buscando una cercanía real y cordial, sin conformarnos con realizar acciones y programas; para reconocer que la peor discriminación que sufren los pobres es la falta de atención espiritual.

Pidamos al Señor que conceda a nuestra Diócesis –a todas las parroquias y personas que la formamos– saber desarrollar y concretar esta opción preferencial por los pobres. Espero que todos tengamos un corazón abierto y generoso para que podamos escuchar un día de los labios del Señor: “tuve hambre y me disteis de comer”.

La alegría de acoger el perdón de Dios y de ser misericordiosos como el Padre: el Año de la Misericordia

“Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”

Durante este curso que comenzamos, celebraremos el Año Santo de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, “como tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz el testimonio de los creyentes”. Hemos de “tener la mirada fija en la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz del obrar del Padre”. Con entusiasmo y gratitud acogemos esta iniciativa del Papa y pondremos todo nuestro empeño en celebrarla dignamente.

El lema de este Año Santo es: “Misericordiosos como el Padre”. Estas palabras nos invitan a meditar y contemplar la entrañable misericordia de Dios y a celebrarla en el Sacramento del Perdón. Hagamos un esfuerzo en todas las parroquias para que este sacramento, en el que todos nos sentimos abrazados por nuestro Padre Dios, sea reconocido por los fieles, niños, jóvenes y adultos. Cuidemos su celebración y los tiempos y lugares para que todos puedan acceder a este manantial de misericordia.

Si experimentamos con gozo esta bondad del amor de Dios, “en este Año Santo podremos realizar la experiencia de abrir el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente crea”. Como respuesta a esta situación debemos redescubrir las obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, y ponerlas en práctica. Siguiendo las indicaciones del Papa celebraremos con especial intensidad la próxima Cuaresma, de acuerdo con el programa de actos que os ofreceremos próximamente.

Pongo bajo la mirada maternal de la Virgen María todas estas propuestas. Ella oró con los Apóstoles, esperando que el Espíritu Santo con su fuerza lanzara a la Iglesia a la misión con valentía. Contando con la ayuda del mismo Espíritu Santo iniciamos esta nueva etapa de nuestra peregrinación diocesana. Dejémonos llevar por este santo impulso.

Con mi afecto y bendición.

D. José Vilaplana Blasco,
Obispo de Huelva

 

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