Durante la celebración de la Eucaristía en la
Solemnidad del Bautismo del Señor, el pasado domingo, 10 de enero,
en la S. I. Catedral, nuestro Obispo procedió a la firma del decreto
de promulgación del VI Plan Diocesano de Evangelización, que lleva
por título “La alegría de ser y vivir como cristianos hoy en
Huelva”.
“La alegría de ser y vivir como cristianos hoy en
Huelva”
Mis queridos hermanos y hermanas:
Que la paz y la alegría de Jesucristo llenen nuestras
vidas. Me dirijo a vosotros en esta carta pastoral para invitaros a
participar activamente en el nuevo Plan Diocesano de Evangelización.
Deseo comenzar mis palabras recordando un pasaje del Evangelio de
Lucas: “En aquella hora, [Jesús], se llenó de la alegría en el
Espíritu Santo y dijo: Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de
la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y
entendidos, y las has revelado a los pequeños”.
La alegría de Jesús es nuestra alegría: hemos tenido
la suerte de conocer a Dios como Padre, que lleno de amor por
nosotros nos ha abierto la posibilidad de compartir su vida y
participar de su bondad. Hemos conocido a Jesucristo, que nos ha
manifestado el rostro misericordioso de Dios y nos ha invitado a ser
sus discípulos. Hemos tenido la suerte de ser cristianos y debemos
sentir la alegría de serlo. Es un regalo que no merecemos y lo
acogemos con gratitud y gozo. Un santo decía: “así como otros tienen
sobrenombres (...) para nosotros era maravilloso ser cristianos y
glorioso recibir este nombre”.
Lo que somos lo debemos manifestar en nuestro modo de
vivir, en nuestro modo de pensar, en nuestro comportamiento. Hemos
de vivir de acuerdo con lo que somos.
Además, los cristianos hemos de aprender a mostrar
con sencillez nuestra pertenencia a Cristo en esta etapa de la
historia que nos ha tocado vivir, en el hoy de este momento
caracterizado por los cambios tan profundos que estamos
experimentando en nuestra sociedad. El Evangelio es para todas las
épocas y está destinado a todos los hombres, que viven y sufren,
trabajan y buscan en el lugar concreto en el que vivimos: nosotros
en Huelva.
Por esto hemos de buscar juntos cómo ayudarnos a
llevar el Evangelio a nuestro mundo, de acuerdo con la misión que el
Señor nos ha encomendado, intentando concretar las tareas y acertar
en los medios para esta apasionante tarea.
En continuidad con nuestro Plan anterior, centrado en
la renovación de nuestras parroquias, y estimulados por la
Exhortación del Papa Francisco que nos invita a una nueva etapa
evangelizadora caracterizada por la alegría, espero, como Obispo
vuestro, que despertemos lo mejor de nosotros mismos y encontremos
las mejores motivaciones para afrontar esta nueva etapa pastoral en
nuestra Diócesis, siendo los evangelizadores con Espíritu que
nuestra sociedad necesita.
Para esta “conversión pastoral” es imprescindible
renovar nuestro encuentro personal con Jesucristo que nos dice “Yo
soy la vid, vosotros los sarmientos” y confiar en la acción
vivificadora del Espíritu Santo.
La alegría de “hacerse” cristiano: renovar la
Iniciación Cristiana.
“Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos,
bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu
Santo”
Dice un autor cristiano: “los cristianos se hacen, no
nacen”. No nacemos ya cristianos por el hecho de pertenecer a una
familia cristiana o por vivir en una sociedad de cultura cristiana.
Nos hacemos cristianos cuando, por la gracia de Dios, nos
incorporamos a Cristo y a su Iglesia. Llegamos a ser cristianos
porque Dios nos otorga la posibilidad de recibir los sacramentos y
ser iluminados por su Palabra, que es luz en nuestro camino. La
Iglesia como madre nos gesta en su seno y nos cuida y alimenta para
que lleguemos a ser auténticos discípulos de Cristo.
La etapa inicial de nuestra vida cristiana comienza
con el Bautismo por el que nacemos a una vida nueva, y se completa
con los sacramentos de la Confirmación, el don del Espíritu Santo, y
con la Eucaristía, que nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de
Jesucristo. En esta etapa llamada Iniciación Cristiana la Iglesia
nos muestra las verdades fundamentales de nuestra fe, nos enseña a
orar, nos introduce en la vida de Cristo, acompañándonos en el
aprendizaje del amor a Dios y a los hermanos. Si vivimos
auténticamente este comienzo sentiremos la alegría de “hacernos”
cristianos, hijos de Dios, discípulos de Jesucristo, templos del
Espíritu Santo.
La realidad actual de nuestra Iglesia nos muestra que
hay muchos bautizados, pero pocos iniciados. Muchas personas no se
han incorporado a Cristo y a la comunidad cristiana. Son bautizados
que viven como si no fuesen cristianos, sin conciencia de ser
discípulos de Cristo ni de pertenecer a la Iglesia. Hemos de
reconocer que algo ha fallado, por tanto necesitamos replantear la
Iniciación Cristiana.
La alegría de ser familia cristiana: importancia de
la familia en la transmisión de la fe.
“Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en
gracia ante Dios y ante los hombres”
Constatamos, entre los distintos cambios que ha
experimentado nuestra sociedad, la problemática que afecta a la
familia. Dice el Papa Francisco: “La familia atraviesa una crisis
cultural profunda, como todas las comunidades y vínculos sociales.
En el caso de la familia, la fragilidad de los vínculos se vuelve
especialmente grave porque se trata de la célula básica de la
sociedad, el lugar donde se aprende a convivir en la diferencia y a
pertenecer a otros, y donde los padres transmiten la fe a sus
hijos”. La familia para muchos ya no es un ámbito en el que se
transmite la fe, aunque muchas familias siguen pidiendo los
sacramentos para sus hijos. Pero la celebración de los sacramentos
de la iniciación, como actos aislados, sin sentido de proceso, no
producen los frutos esperados.
Hace falta, pues, incorporar a la familia al proceso
de Iniciación, invitando a padres y a hijos a descubrir la maravilla
de la vida cristiana y ayudándoles a crecer juntos en la fe10. Hago,
pues, un llamamiento a todos los padres que piden los sacramentos
para sus hijos, para que tomen conciencia de que lo importante es
que sean cristianos; a todas las Hermandades y Cofradías, para que
procuren que todos sus componentes tengan completada la Iniciación
Cristiana; y a todas las parroquias, para que pongan todos los
medios necesarios tanto para la Iniciación Cristiana de los niños
como para la atención a los adultos bautizados que quieran
completarla o renovarla.
Así nos lo recordó a los obispos españoles el Papa
Francisco en la Visita ad Límina: “El momento actual, en el que las
mediaciones de la fe son cada vez más escasas y no faltan
dificultades para su transmisión, exige poner a vuestras Iglesias en
un verdadero estado de misión permanente, para llamar a quienes se
han alejado y fortalecer la fe, especialmente en los niños. Para
ello no dejéis de prestar una atención particular al proceso de
iniciación de la vida cristiana. La fe no es una mera herencia
cultural, sino un regalo, un don que nace del encuentro personal con
Jesús y de la aceptación libre y gozosa de la nueva vida que nos
ofrece. Esto requiere anuncio incesante y animación constante, para
que el creyente sea coherente con la condición de hijo de Dios que
ha recibido en el bautismo”.
Esta renovación de la Iniciación Cristiana requiere
una mayor implicación de los sacerdotes y las comunidades religiosas
y una renovación y mejor formación en los catequistas. No se trata
sólo de transmitir unos conocimientos básicos –que son importantes–
sino de iniciar en la oración, descubrir la comunidad e iniciar en
la caridad y la ayuda al necesitado. Es especialmente importante
descubrir el valor de la Eucaristía del domingo y la celebración del
Día del Señor, como expresión de nuestra fe en el Resucitado,
siempre presente entre nosotros, fuente de nuestra alegría, en torno
al experimentamos el gozo de ser hermanos y la pertenencia a una
comunidad de fe.
Como bien sabéis el tema de la familia va a seguir
siendo estudiado en el próximo Sínodo de octubre. En el documento
preparatorio se dice: “La comunidad cristiana debe renunciar a ser
una agencia de servicios, para convertirse, en cambio, en el lugar
en el cual las familias nacen, se encuentran y se confrontan juntas,
caminando en la fe y compartiendo caminos de crecimiento y de
intercambio mutuo”.
Para afrontar esta tarea son necesarios un gran
entusiasmo y una fuerte motivación como nos recuerda el Papa: “Una
evangelización con espíritu es muy diferente de un conjunto de
tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera
(...), ninguna motivación será suficiente si no arde en los
corazones el fuego del Espíritu”.
La alegría de madurar como cristianos: la formación
permanente
“Os he elegido para vayáis y deis fruto, y vuestro
fruto permanezca”
La vida cristiana es una vocación, una llamada que
nos hace el Señor, una elección para que seamos sus discípulos todos
los días de nuestra vida, compartiendo su misma misión.
Después de la primera etapa de la Iniciación, hemos
de sentir la alegría y la responsabilidad de crecer y madurar en
nuestra vida cristiana. La formación permanente nos ayuda a afrontar
y responder a los desafíos de nuestra sociedad cambiante a la luz
del Evangelio. La formación que necesitamos no ha de ser sólo
teórica; formarse como cristiano es siempre conformarse, hacerse
semejante a Cristo en nuestro modo de pensar y de vivir, en nuestras
decisiones y opciones existenciales. Nuestra fe se ha de manifestar
en la vida. Todos necesitamos formación, pero, en este punto, quiero
dirigirme especialmente a los cristianos laicos que tenéis como
misión específica introducir “los valores cristianos en el mundo
social, político y económico”. Las realidades sociales necesitan la
luz de Cristo para hacerse más humanas, más solidarias, más
impregnadas de amor.
Aunque todos debemos dar testimonio de manera
personal, necesitamos asociarnos para que nuestro testimonio sea más
creíble y nuestras acciones más eclesiales. Jesús en su oración de
despedida pidió al Padre que fuéramos uno para que el mundo crea.
Todas nuestras acciones deben estar impregnadas del espíritu de
comunión. Trabajamos como Iglesia y no sólo como cristianos aislados
y atomizados.
Para ayudaros en este crecimiento nuestra Iglesia
diocesana cuenta con medios y procesos para esta maduración en la
fe: la lectura de la Palabra de Dios que es luz en nuestro camino;
los diversos procesos e itinerarios de formación para redescubrir el
Bautismo; los movimientos apostólicos que ayudan a los matrimonios a
cultivar su espiritualidad conyugal y a vivir la familia como
“iglesia doméstica”; los que acompañan a niños y jóvenes en su
crecimiento personal o en su vida profesional y laboral, etc. Damos
gracias a Dios por tanto bien que han hecho y hacen a muchos
hermanos nuestros.
Queremos además ofrecer a todos un proceso formativo,
que abarque desde la infancia, pasando por la adolescencia y
juventud, hasta llegar al mundo adulto. Me refiero a la Acción
Católica General, cuyos estatutos fueron aprobados recientemente por
la CEE. Se trata de un proyecto que sin duda nos ayudará a formar un
laicado que, enamorado de Jesucristo, haga presente el Evangelio en
la sociedad. Con un método propio, trata de dar respuesta también al
acompañamiento del cristiano en todas las etapas de su vida.
Constatamos que tenemos momentos catequéticos y
celebrativos que nos plantean la pregunta: ¿y después qué? Queridos
hermanos y hermanas, os invito a poner entusiasmo y trabajo para
iniciar este proyecto. No nos dejemos vencer por el desánimo. La
evangelización, que el Señor nos pide y a la que con tanta pasión
nos lanza el Papa Francisco, es tarea de todos. Pidamos la fuerza
del Espíritu Santo para que seamos los evangelizadores con espíritu
que requiere nuestro mundo.
La alegría de compartir: el servicio a los más pobres
“Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis
hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis”
Nunca podemos olvidar estas palabras de Jesús ni
tampoco aquella expresión del Señor que recoge Pablo: “hay más
alegría en dar que en recibir”. El Papa Francisco insiste, una y
otra vez, en este aspecto fundamental de nuestra vida cristiana: “De
nuestra fe en Cristo hecho pobre, y siempre cercano a los pobres y
excluidos, brota la preocupación por el desarrollo integral de los
más abandonados de la sociedad”.
El servicio a los pobres no puede reducirse sólo a
una ayuda puntual o a dar de comer; hemos de superar el
asistencialismo y trabajar para lograr “prosperidad sin exceptuar
bien alguno”, es decir, educación, salud y, especialmente, trabajo,
de acuerdo con la dignidad de toda persona humana.
Este desafío pide de nosotros, como Iglesia
diocesana, un trabajo coordinado y una nueva mentalidad para que,
entre nosotros los cristianos, no falte jamás el signo de “la opción
por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha”;
para poner atención en el otro “considerándolo uno consigo”,
buscando una cercanía real y cordial, sin conformarnos con realizar
acciones y programas; para reconocer que la peor discriminación que
sufren los pobres es la falta de atención espiritual.
Pidamos al Señor que conceda a nuestra Diócesis –a
todas las parroquias y personas que la formamos– saber desarrollar y
concretar esta opción preferencial por los pobres. Espero que todos
tengamos un corazón abierto y generoso para que podamos escuchar un
día de los labios del Señor: “tuve hambre y me disteis de comer”.
La alegría de acoger el perdón de Dios y de ser
misericordiosos como el Padre: el Año de la Misericordia
“Sed misericordiosos como vuestro Padre es
misericordioso”
Durante este curso que comenzamos, celebraremos el
Año Santo de la Misericordia, convocado por el Papa Francisco, “como
tiempo propicio para la Iglesia, para que haga más fuerte y eficaz
el testimonio de los creyentes”. Hemos de “tener la mirada fija en
la misericordia para poder ser también nosotros mismos signo eficaz
del obrar del Padre”. Con entusiasmo y gratitud acogemos esta
iniciativa del Papa y pondremos todo nuestro empeño en celebrarla
dignamente.
El lema de este Año Santo es: “Misericordiosos como
el Padre”. Estas palabras nos invitan a meditar y contemplar la
entrañable misericordia de Dios y a celebrarla en el Sacramento del
Perdón. Hagamos un esfuerzo en todas las parroquias para que este
sacramento, en el que todos nos sentimos abrazados por nuestro Padre
Dios, sea reconocido por los fieles, niños, jóvenes y adultos.
Cuidemos su celebración y los tiempos y lugares para que todos
puedan acceder a este manantial de misericordia.
Si experimentamos con gozo esta bondad del amor de
Dios, “en este Año Santo podremos realizar la experiencia de abrir
el corazón a cuantos viven en las más contradictorias periferias
existenciales, que con frecuencia el mundo moderno dramáticamente
crea”. Como respuesta a esta situación debemos redescubrir las obras
de misericordia, tanto corporales como espirituales, y ponerlas en
práctica. Siguiendo las indicaciones del Papa celebraremos con
especial intensidad la próxima Cuaresma, de acuerdo con el programa
de actos que os ofreceremos próximamente.
Pongo bajo la mirada maternal de la Virgen María
todas estas propuestas. Ella oró con los Apóstoles, esperando que el
Espíritu Santo con su fuerza lanzara a la Iglesia a la misión con
valentía. Contando con la ayuda del mismo Espíritu Santo iniciamos
esta nueva etapa de nuestra peregrinación diocesana. Dejémonos
llevar por este santo impulso.
Con mi afecto y bendición.
D. José Vilaplana Blasco,
Obispo de Huelva
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